Desde 1960 existe una creciente evidencia científica que demuestra la relación entre seguir el patrón tradicional de la dieta mediterránea y la baja incidencia de cáncer, así como una supervivencia más alta y longevidad. De hecho, fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2010.
La dieta mediterránea cumple con los criterios de alimentación saludable porque es equilibrada, completa y suficiente para mantener el correcto funcionamiento del organismo y conseguir un estado de salud óptimo.
Se basa en el consumo de abundantes frutas, verduras, legumbres, cereales integrales (pan, pasta y arroz), aceite de oliva, frutos secos, pescado azul, lácteos fermentados y bajo consumo de carne roja y procesada, azúcares y grasas. Con lo cual, es una dieta que aporta gran cantidad de fibras, antioxidantes y ácidos grasos monoinsaturados.
Los mecanismos por los cuales la dieta mediterránea puede reducir el riesgo de cáncer son múltiples y se relacionan con el alto consumo de fibras, antioxidantes, compuestos que reparan el ADN y que evitan que los compuestos químicos potencialmente cancerígenos puedan dañar el organismo. Además, aunque disminuye el riesgo de cáncer en general, existe evidencia sólida de que una adherencia a la dieta mediterránea puede reducir el riesgo de tumores concretos.
Es el caso del cáncer de mama, donde seguir un patrón de alimentación mediterránea disminuye entre un 20 y un 30% el riesgo de cáncer mamario, según diferentes estudios.
También tiene un efecto protector en el cáncer de colon, cáncer de próstata, cáncer de cabeza y cuello y gástricos.
