La piel es el órgano más grande del cuerpo, pues lo recubre en su totalidad, y tiene distintas funciones esenciales para la vida.
Entre ellas, las más destacables son, en primer lugar, la regulación de nuestra temperatura corporal gracias a que es capaz de adaptar el flujo de nuestra sangre para conservar el calor en condiciones de frío ambiental, o disipar el calor cuando existen altas temperaturas ambientales. En segundo lugar, nos ayuda a eliminar sustancias de desecho a través del sudor y puede absorber algunas sustancias que sean administradas. En tercer lugar, es la encargada de sintetizar la vitamina D, esencial para nuestra salud, y, por último, es una de las barreras con las que cuenta el cuerpo para defenderse, pues activa al sistema inmune si se detecta algún invasor y nos protege de toxinas ambientales, patógenos y de las radiaciones ultravioleta.
Sin embargo, la reacción de la piel a estas radiaciones ultravioletas es diferente según el tipo de piel que tengamos, pues no todas son iguales. En concreto, la sensibilidad de la piel a los rayos del sol y otras radiaciones ultravioletas dependerán del fototipo de piel que tengamos.